Sacad vuestras sucias manos del bosque. A cualquiera le entran ganan de gritar eso después de leer los ensayos y poemas de Gary Snyder. Este estadounidense creció en una pequeña granja familiar de la isla de la Tortuga. No la busquéis en el mapa. Hay un archipiélago en las Filipinas y al menos dos islas más con ese nombre: una en Venezuela y otra, la más famosa, en Haití (sí, la que fue un bastión de piratas y aparece en.
Gary Snyder, que el 8 de mayo cumplió 90 lúcidos años, se refiere a la tierra en general y a su país en particular igual que muchas naciones indígenas.
La isla de la Tortuga
. Este es también el título del libro que le hizo ganar el Pulitzer de poesía, accesible en castellano gracias a la versión bilingüe de José Luis Regojo para Kriller71 Ediciones. Nuestro viajero de hoy es uno de los más grandes poetas vivos de Estados Unidos. Pero ha sido mil cosas más, desde peón forestal a novicio budista.
Aunque nació en San Francisco, creció cerca de Lake City, al norte de Seattle, en el estado de Washington, el antiguo feudo del pueblo salish y escenario de “la deforestación implacable de uno de los más imponentes bosques de todos los tiempos”, cuna de las coníferas más grandes del mundo, sólo superadas por las secuoyas de algo más al sur, como las del parque nacional Redwood. Esta joya natural protegida, de más de 500 km2, es una de las maravillas de la costa norte de California.
La comprobación de los daños irreparables que infligimos a la naturaleza convirtió a aquel joven en montañero, silvicultor, trabajador forestal temporal y defensor de la vida salvaje. Ha trabajado en las montañas y los bosques del Oeste, de Alaska, Japón, Taiwán y Nepal, siempre en cuestiones relacionadas con la ecología, las especies amenazadas y las estrategias medioambientales. En esa época de su vida fue más feliz que Adán antes de la expulsión del paraíso.
Su existencia de aquellos años estaba marcada por las mochilas y los señores del bosque
:cedros colosales, tsugas del Pacífico, abetos Douglas, pinos ponderosa… Recorrió valles donde las hierbas de la maza del diablo (Oplopanax horridus) son más altas que una persona. Se extasió en rincones umbríos con alfombras de musgo de 30 centímetros de espesor, entre bayas, frambuesas, matorrales de salal, zarzas de arce, adelfillas en flor…
Como a los italianos Mauro Corona y Paolo Cognetti, creció y le llamaron las cumbres. Coronó casi todas las cimas importantes de su país. Algunas cuando apenas tenía 15 años, como la montaña Santa Helena, en el condado de Skamania, de más de 2.550 metros. Tras una de sus ascensiones dijo: “Presenciar el alba rosa por encima de las nubes, en una ladera helada y acompañado por el nítido tintineo de los crampones, es un placer esotérico y una rigurosa e inquietante transformación iniciática”.
Pero la belleza de la naturaleza no puede hacernos olvidar cuánto mal le hemos hecho, de la misma manera que “la belleza de Moby Dick no puede obviar el terrible fantasma de la extinción de las ballenas”. En 1952 y 1953, Gary Snyder trabajó como vigía en la cordillera de las Cascadas, que abarcan desde la provincia canadiense de la Columbia Británica hasta los estados de Washington, Oregón y California. En 1954 solicitó el traslado al parque nacional del monte Rainier. Y entonces le alcanzó la tormenta.
Cuando estaba a punto de incorporarse, fue víctima de las purgas del macartismo. Lo despidieron por sus contactos en el Industrial Workers of the World, un histórico sindicato anarcosindicalista fundado en Chicago en 1905. Y, por si fuera poco, muchos de sus amigos (“soldados del descontento”, los llama en un poema) fueron acusados de comunistas y “actividades antiamericanas”. Antiamericanas, no antiestadounidenses. Gary Snyder también denuncia que un país se apropie del nombre de un continente.