Pep Bernadas se sonroja cuando sus amigos lo comparan con Ramon Vinyes, el sabio catalán de
Cien años de soledad
. Pero si él hubiera vivido en Macondo, también habría conocido a Aureliano Babilonia y le habría vendido los libros que le ayudaron a descifrar los pergaminos de Melquíades. Los libros que descifran enigmas son de hecho su especialidad. En realidad, cualquier tipo de libros. Y, por supuesto, la cartografía y la literatura como herramienta para conocer el mundo.
Como Ramon Vinyes (1882-1952), Pep también nació en la comarca barcelonesa del Berguedà, (en Gironella, a menos de 10 kilómetros de la cuna de su paisano, Berga). Y también él es un viajero irredento y “se ha leído todos los libros del mundo”. Gabriel García Márquez describía así a su sabio catalán, un hombre culto y sensible que ejerció de faro y mecenas cultural en Barranquilla. Cultura, sensibilidad y mecenazgo, además de amor por la literatura, unen a Ramon Vinyes y a nuestro protagonista, que acaba de cumplir 68 años…
Nació en 1952, un 1 de mayo, el día del Trabajo. Eso pone en su carnet de identidad, 68 años, aunque sus traviesos ojos verdes siguen siendo los de aquel joven del Zócalo. En la primavera de 1979, en este bar del Born él y su amigo Albert Padrol inauguraron una exposición fotográfica sobre Nepal y el norte de India. Los dos eran estudiantes de antropología y ya se habían licenciado en su verdadera especialidad: el viaje. El 17 de diciembre de aquel año enloquecieron y se embarcaron en una aventura, la librería Altaïr.
Sí, era una locura. Los dos compañeros de clase querían, además de vender libros que no se encontraban en casi ningún otro sitio, convertir su proyecto en un punto de encuentro, de intercambio de opiniones e informaciones. El primer local estaba en la calle Riera Alta. Era un comercio pequeño e incómodo y a veces olía a humedad. Pero ya tenía sus señas de identidad: una sala de exposiciones y un altillo con un par de mesas para cafés y conversaciones interminables. El nombre, Altaïr, lo tomaron prestado.
Así se llamaba el velero de uno de sus héroes, el comerciante, escritor y navegante francés Henri de Monfreid (1879-1974), que surcó las aguas del mar Rojo y alimentó con sus relatos los sueños juveniles de aventuras de los dos libreros. Altaïr es también el nombre de una estrella que se puede ver todo el año desde el hemisferio norte en la constelación del Águila. El local de Riera Alta se vio desbordado muy pronto y fue necesario trasladarse a otro mucho más amplio de la calle Balmes.
Altaïr ya podría haber cincelado en mármol para entonces las palabras de Amin Maalouf en
León el Africano
(Alianza Editorial): “No procedo de ningún país, de ninguna ciudad, de ninguna tribu. Soy hijo del camino, caravana es mi patria y mi vida la más inesperada travesía”. Y, como no hay dos sin tres, también aquel local se quedó pequeño y fue necesario un nuevo traslado. Esta vez al número 616 de la Gran Via. Dos plantas, más de 1.000 m2 y un fondo documental de 65.000 títulos.
Es la librería especializada más grande de Europa. Permanece momentáneamente cerrada por la crisis sanitaria de la Covid-19, aunque dos empleados atienden y entregan los pedidos que reciben por internet. Como tantas empresas, se ha acogido a un expediente de regulación temporal de empleo. Tarde o temprano, Altaïr y la mayoría de sus compañeras que aún no lo han hecho reabrirán. Pero estos meses han sido un mazazo y algunas ya no podrán plantar cara a Amazon, que ha engordado todavía más con la pandemia.
Pep Bernadas ya sabe lo que son los tiempos difíciles. Entró en un quirófano el 18 de octubre del 2001 por una hernia cervical. Pensaba que estaría ingresado una semana. Estuvo un año y medio. Las cosas no salieron como estaban previstas y el bisturí le afectó a la médula espinal. Pasó semanas con respiración asistida, inerte, sin poder hablar ni moverse, pero consciente de todo. “Si sobrevive, quedará en estado vegetativo”, dijo un médico en su presencia, sin importarle que lo pudiera oír.
Hoy tiene la movilidad reducida y camina con muletas, pero aquel médico debería pedirle perdón y bajar la vista si se cruza con él. Pep Bernadas podría presentado una denuncia por mala praxis, pero “optó por la luz”, como acostumbra a decir. También podría imitado a su amigo y socio, Albert Padrol, que ya se ha jubilado. Irse y vender la empresa. No le han faltado las ofertas de “vampiros inmobiliarios”, como los define, interesados en convertir Barcelona en un parque temático, con clones de comercios sin alma.
Altaïr no es una librería de viajes. Son viajes en una librería. Así lo reconoció simbólicamente el Ayuntamiento, que una vez la incluyó en una lista de 389 comercios representativos de Barcelona y dignos de protección. Algunos por su historia. Otros por su continente, por su contenido o por ambas cosas. Altaïr es uno de los pocos negocios que figuran en el documento por todo eso a la vez. Y por una idea: “Para ir más lejos”. Ese es el lema del sueño que tuvieron los idealistas del bar Zócalo.
Nuestro sabio catalán podría haberse planteado hace años una honrosa retirada por motivos de salud. No sólo no lo hizo, sino que siguió en la trinchera y abrió nuevos frentes para luchar contra el descenso de ventas, los supermercados de libros y la evolución en los hábitos de lectura. Y, como siempre, charlas, conciertos, presentaciones de libros y documentales… Él, que ha vivido en África e India, sabe que los aguaceros torrenciales se interrumpen de repente con un sol radiante.
La lluvia se apaga, el fango de los caminos se endurece y es posible seguir adelante. ¿Pasará eso ahora? ¿Se apaciguará la tormenta y quedará libre la ruta? De joven, Pep Bernadas compaginaba los estudios con un trabajo en un banco. Tramitaba líneas de crédito en la sucursal bancaria de Caixa Manresa de la calle Casp, 22. De aquel tiempo se enorgullece de haber gestionado el préstamo que permitió crecer a otra librería histórica de Barcelona, Laie (Pau Claris, 85).