A la iglesia de Sant Nicolau se llega por un callejoncito casi invisible que parte de la calle Caballeros de
València
. Poca promesa viaria para lo que el viajero va a encontrar. Los propios rectores del templo lo califican sin empacho (y sin exageración) como la Capilla Sixtina valenciana.
La iglesia tiene largo recorrido, pues consta ya en el Llibre de Repartiment del año 1239. Es decir, que el rey Jaime I, al conquistar València, dispuso entregársela a los dominicos que le habían acompañado en la campaña. Puede que entonces lo que encontraron fuera una mezquita que fue reconvertida en templo gótico. Ha estado dedicado a san Nicolás desde su fundación, aunque el edificio haya ido viendo ampliaciones y cambios de estilo.
A finales del siglo XVII se inició la renovación barroca del templo, con una importante intervención del arquitecto turolense Juan Pérez Castiel y, sobre todo, las pinturas que cubren más de dos mil metros cuadrados de Dionís Vidal, autor famoso también por las pinturas en la catedral de Tortosa al final de su vida.
La iglesia de Sant Nicolau prácticamente ha sido museizada, y ahora la mayoría de visitantes no acuden a rezar sino a admirar las obras de arte que acoge. De ahí que se vea a docenas de personas paseando con las audioguías y abriendo la boca –se supone que por la magnificencia de la obra, amén de que hay que levantar la cabeza– mirando hacia el techo. Se trata de una serie de lunetos gemelos. Los de la derecha representan la vida de san Nicolás. Y los de la izquierda, los de san Pedro Mártir. Los dos fragmentos más cercanos al altar mayor, donde se representa la Gloria, describen la muerte de ambos santos.
Los frescos son, sin duda, uno de los mejores ejemplos de decoración barroca conviviendo con la arquitectura gótica, y vienen reforzados por los detalles escultóricos de las columnas laterales y las capillas como la de la Comunión. El efecto del rosetón vidriado de colores, completamente rodeado por pinturas, es chocante por inusual.